La carrera electoral de EEUU suele ser una maratón interminable que puede alargarse más de año y medio. Pero esta vez, con la retirada de última hora de Joe Biden, las elecciones se han convertido en un ‘sprint’ de tres meses, más parecido a las campañas europeas. En un tiempo tan corto, cualquier giro puede sacudir la situación política sin apenas margen de error. Y, en estas circunstancias, la incertidumbre que rodea a la economía de EEUU puede ser un factor clave de cara a las elecciones.
Históricamente, la situación económica del país ha afectado directamente a la intención de voto del partido en el poder: los años buenos han impulsado su apoyo por encima de lo que se podría esperar, y los años malos se han pasado factura en las urnas. Según el analista electoral Nate Silver, la diferencia entre un noviembre de tipos bajos y crecimiento estable y un noviembre de recesión podría ser de hasta 5 puntos porcentuales de voto a los demócratas, más que suficiente para decantar las elecciones con claridad hacia un lado o hacia el otro.
Y EEUU lleva unas semanas de fuertes vaivenes en los mercados según las expectativas para los próximos meses cambian casi con cada dato. Los últimos datos laborales apuntaban a que el famoso aterrizaje suave que se esperaba estaría cargado de turbulencias que se esperaba que empezaran a manifestarse en el tercer trimestre del año, justo en línea con la recta final de los comicios. Pero el dato de ventas minoristas de hoy ha apuntado en la dirección opuesta: los mercados han comprado un descenso leve y han dado por buenas las previsiones de la Reserva Federal de dos bajadas de tipos de aquí a fin de año, sin prisa ni grandes tajos.
En este entorno cambiante llegarán los comicios más importantes en décadas, y la economía puede ser el factor determinante. Así pues, ¿qué es lo que esperan los analistas? La mayoría no se decanta ni por una brusca caída a la recesión ni por un descenso tranquilo que apenas se note. Su apuesta es ir por el camino de en medio: un claro enfriamiento económico, pero dentro de los márgenes del crecimiento.
Según las estimaciones de Conference Board, “aunque no esperamos una recesión en 2024, sí que esperamos que el gasto de los consumidores se enfríe y que el crecimiento del PIB comience a desacelerar sobre un 1% en el tercer trimestre”. Desde S&P Global coinciden en esa sensación general de enfriamiento y comentan que al final las empresas empezarán ya a reflejar en los datos económicos unos mayores costes “que limiten tanto el gasto de capital como la contratación”, algo que hará crecer la tasa de desempleo poco a poco.
La Reserva Federal de Filadelfia también confirma esta tendencia, pues, en sus últimos pronósticos, publicados la semana pasada, revisó a la baja el crecimiento del primer trimestre hasta el 1,9% de cara al tercer trimestre. Un descenso, eso sí, solo una décima por debajo de lo que esperaba previamente.
En cualquier caso, cada vez más analistas están poniendo matices a la posibilidad de una recesión alegando que los datos del mercado laboral son engañosos, dado que responden a una mayor oferta de mano de obra a través de la inmigración (y factores temporales como el huracán Beryl), pero los despidos apenas han aumentado. Sin embargo, todos coinciden en cierto cansancio y una economía algo debilitada, algo que sí se notará en los meses clave.
Desde Capital Economics se suman por completo a esta teoría en su último informe en el que, a pesar de que niegan una recesión como escenario base, sí que han reducido sus previsiones de cara al tercer trimestre. “Los recientes acontecimientos han provocado una revisión a la baja de nuestro pronóstico de crecimiento del PIB del tercer trimestre al 1,7%, desde el 2,0%”. Una desaceleración que seguirá retrocediendo de ahí en adelante, con una nueva caída hasta el 1,2% en el último trimestre del año.
Durante la presentación de sus resultados, Sergio Ermotti, CEO de UBS, confirmó esas mismas sensaciones. “Los indicadores macroeconómicos no son lo suficientemente contundentes para hablar de recesiones, pero definitivamente es posible una desaceleración”. De hecho, precisamente debido a esto el directivo hablaba de una mayor volatilidad en el mercado a nivel general, en parte por este clima más pesimista, acompañado de la incertidumbre que genera en las bolsas unas elecciones de este calibre.
Quien sí cree en la recesión es el equipo de analistas de BCA Research. De forma continua en sus informes señalan que ven una potente ralentización económica que comience en el tercer trimestre con “el deterioro de las condiciones del mercado laboral”. Esta situación terminará por ser “suficientemente grave” para entrar en recesión. Es posible que este anuncio se dé antes, pues creen que se dará en la recta final del año, aunque muy probablemente esto ocurra con el conflicto electoral resuelto, o incluso a comienzos de 2025.
La herencia de la inflación
De cara a todos estos riesgos, Harris se encuentra en una posición delicada, ya que es la vicepresidenta del Gobierno en el poder, y Biden lleva cuatro años recogiendo los costes de la ola inflacionaria provocada por el impacto del covid y la invasión de Ucrania. Las encuestas dejan claro que la mayoría de los ciudadanos culpan directamente a Biden por las subidas de precios y las alzas de los tipos de interés. Y, pese a que los salarios han aumentado por encima del IPC, el shock de ir al supermercado y ver que la leche o los huevos están mucho más caros que hace unos años crea una ‘sensación de pobreza’ que bate en la mente de los votantes a cualquier aumento del poder adquisitivo real.
Por contra, los votantes recuerdan los años de Trump, al menos la etapa pre-pandémica 2017-2019, como unos años de prosperidad. Su marca como empresario y negociador se llevó el crédito por mantener la tendencia inaugurada por Barack Obama, sin apenas cambios, y el hundimiento provocado por el covid no se ha apuntado en su debe. Una combinación perfecta para el candidato republicano.
Lo sorprendente es que una encuesta reciente de la Universidad de Michigan sitúa a Harris empatada con Trump en la cuestión de “en quién confían más para gestionar la economía”, una posición mucho mejor que la clara derrota que registraba Biden. Este dato apuntaría a la posibilidad de que Harris, pese a estar en el Gobierno, pueda presentarse como una ‘cara nueva’ y dejar todas las críticas en el despacho de Biden.
La mayor ventaja para Harris puede ser el hecho de que las elecciones cada vez comienzan antes, y un número gigantesco de estadounidenses aprovecha para depositar su voto mucho antes de la fecha límite, el tradicional primer martes de noviembre (el día 5, este año). Estados clave como Carolina del Norte o Pensilvania empezarán a mandar cientos de miles de papeletas de voto por correo en apenas tres o cuatro semanas, entre principios y mediados de septiembre, y otros como Virginia ya abrirán directamente las urnas a finales del próximo mes, justo cuando se espera que la Fed haga la primera bajada de tipos. Cuanta más gente vote antes, menor será el riesgo de que Harris se enfrente a una ‘sorpresa de octubre’, económica o de cualquier tipo.